Son tantas las veces en que me he preguntado por el sentido de trabajar con el sufrimiento humano. Y mientras mas pasa el tiempo, más me lo pregunto porque probablemente los años y la experiencia hacen que las familias, parejas y personas con quienes trabajo tengan situaciones de vida cada vez más complejas. Es bueno preguntármelo, porque cada vez me ha permitido renovar el entusiasmo por lo que hago y sí vuelvo a darle sentido. Sin este proceso de reflexión y cuestionamiento acerca de lo que hago, el desgaste probablemente haría lo suyo y el encuentro con cada familia sería un acto automático, desconectado, un ritual diario sin sentido. Con seguridad, un encuentro poco o nada terapéutico.
La pregunta por el sentido en nuestro equipo es tanto o más fundamental aún. En el camino, el proceso llevó a algunas terapeutas a buscar otros espacios, otros sufrimientos a los que acompañar. Eso ha sido una gran pena, pero un dolor por el cual es necesario atravesar para hacer las cosas con sentido. Aunque suene extraño, es probable que hayan partido a buscar “sufrimientos más dulces”. Algunos desgarradores, otros no tanto, pero sufrimientos no elegidos, sufrientes que luchan consigo mismos por salir adelante y tener una buena vida.
La pregunta por el sentido de acompañar a personas que luchan más contra otros, que contra sí mismos y que no logran salir de la trampa de luchar con el otro para dejar atrás el dolor que ese o esa te causó, a veces simplemente, con su desamor. Acompañar a personas que sufren, pero a quienes el dolor enquistado en el alma les brota con una furia que arrasa en su camino con hijos, con familia, con amigos y consigo mismos. Personas que sufren y que desde la herida piden ayuda para que sus hijos estén mejor sin dejar ellos de estar en la pelea.
Cada terapeuta necesita darle sentido a lo que hace. Y no una, sino muchas veces.
Cada terapeuta trabaja con el dolor humano desde un sentido que es único y personal. Yo, imagino el trabajo con el dolor de los divorcios difíciles desde la tozudez de buscar entre las rendijas de la rabia el dolor, pues desde la conexión con el dolor se puede construir. En el dolor está la esperanza y en la esperanza la fuerza y el optimismo para seguir creyendo que podemos aportar a un mundo de relaciones más amorosas. La esperanza de que sean muchos más los niños y niñas que puedan aprender cosas buenas del divorcio de sus padres. Porque esos niños un día serán padres y madres que tendrán que enfrentar dificultades y dolores y enseñarán a sus hijos con sus ejemplos como se enfrentan y como se crece a partir de ellos.
Cuando quiero renunciar, cuando me tiento con pelea y me dan ganas de ganarle a un padre o madre enceguecido por la rabia, cuando dudo de si puedo ayudar, cuando me siento cansada del rol tan activo que es necesario para ayudar a estas familias, entonces, miro a los hijos. Veo a los hijos, veo a través de sus ojos el dolor…entonces, sigo.
Dolor y esperanza son solo las dos caras de una misma moneda.