Agradecemos a la psicóloga Soledad Arriagada, miembro de nuestro Instituto, quien nos deja su mirada con el corazón a las familias del norte de nuestro país, en estas sentidas palabras sobre la catástrofe vivida estas ultimas semanas…
Cuando producto de eventos naturales se comienza a hablar del Norte de nuestro país, quienes hemos crecido, vivido y trabajado allá, nos llama la atención lo poco que el centro y sur del país saben de la realidad nortina. Poco se conoce que las ciudades por allá están todas muy distantes una de otras, fácilmente uno debe recorrer 200 kilómetros hasta la más cercana, son horas y horas entre una capital regional y otra, con un basto y árido desierto que las separa.
El norte de nuestro país es una tierra hermosa pero exigente y dura, donde nada se facilita, sino que exige de su gente garra y creatividad para hacerle frente a la vida cotidiana. Donde los servicios básicos son muchísimo más caros que en el resto del país y se interfieren con facilidad frente a diversas situaciones, lo que le exige al nortino ser más precavido y paciente que en otros lugares. La vida no es fácil en el norte, la naturaleza habitualmente se vuelve en contra, el mar, los cerros y el clima, así como te acarician y reconfortan, cada cierto tiempo te recuerdan su poder y lo indefenso que estás en esas tierras, el nortino sabe que si bien le han logrado sacar las riquezas a la Pampa, sigue siendo ella quien manda y quien en cualquier momento te cobra.
Cuando conocemos los acontecimientos de los últimos días, no podemos menos que recordar que en el norte la forma de hacer familia es distinta, una parte muy importante de su gente trabaja en la minería, son lo que ellos mismos orgullosamente se reconocen como “la familia minera”. Un tipo de familia distinta, en las cuales se enfrenta el reto de hacer familia con sólo el cincuenta por ciento del tiempo juntos bajo el mismo techo, por lo que han tenido que aprender a lidiar con presencias y ausencias de sus miembros, a ser creativos y perseverantes para mantener los vínculos, la historia y la comunicación.
Por eso, cuando empecé a escuchar las noticias la semana pasada, recordé la gran angustia omnipresente en estas familias, eso que constantemente referían los mineros, estar lejos de la familia cuando pasan eventos trágicos, frente a una urgencia. Me di cuenta que las peores fantasías de los nortinos se estaban haciendo realidad, lo que me hizo pensar en todas esas madres y padres tratando de poner a salvo a sus familias solas y solos, dando difícilmente abasto frente a la furia de la naturaleza. A su vez, imaginé esos miles de padres o madres angustiados(as) y aislados(as) en las entrañas de las decenas de minas, sin saber de los hijos y parejas que dejaron en casa para ir a cumplir con sus turnos laborales. Para quienes vemos a nuestras familias todos los días, es difícil imaginar lo que es enfrentar a la naturaleza desbocada sin el apoyo de la pareja, del compañero o la compañera en la crianza porque se encuentra lejos, tampoco podemos imaginarnos lo que significa encontrarse aislados a cientos de kilómetros sin saber cómo se encuentra nuestra familia por días, en los cuales no puedes hacer nada sino esperar con el anhelo de encontrarlos bien.
Imaginé la angustia de esas familias sin celulares ni internet, cuando estos medios tecnológicos se transforman en la única forma de hacer familia, mantener los vínculos, de sentirse apoyado y contenido, por eso la incomunicación se transforma en dolor, en desesperación de saber si tu familia está completa y a salvo, dolor de no saber cuándo volverán a estar juntos nuevamente, ya que los kilómetros que los separan son demasiados, y se hacen más distantes frente a la angustia de no poder estar cuidando a los tuyos. La nueva separación es inevitable, así es el sistema laboral, pero será más dura que lo habitual, será marcada por el trauma vivido.
Quienes viven en el norte saben resistir, miran de frente los acontecimientos y siguen adelante, como nada se les ha dado fácil en la historia, no esperan que ahora sea distinto, una vez más se calzan los bototos, el casco y se comienza de nuevo, se llorará a los que partieron, se limpiarán las casas, se reconstruirá lo destruido y se seguirá luchando en el día a día, dando su esfuerzo por mantener a todo un país, aunque habitualmente se olvide.
Muchas de las familias que han vivido estos acontecimientos probablemente están de paso por la zona, el norte se caracteriza por ser un lugar de paso, pero así también se caracteriza por ser un lugar que marca el espíritu de las familias, ellas no serán las mismas de aquí en adelante, se llevarán a la Pampa con ellas, no sólo el desierto y el sol dejarán marcas en ellos, sino estas dramáticas experiencias constituirán parte de su historia como familia.