Como todos y todas saben, hace muy poco la trayectoria de Elizabeth Lira ha sido reconocida con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales.
Ese sólo hecho y el que por primera vez dicho reconocimiento recayera en una psicóloga justificaría con creces el orgullo de tenerla aquí y el agradecimiento por haber aceptado nuestra invitación.
A eso se suma, naturalmente, el que ella haya formado parte de nuestro Instituto entre los años 1987 y 1989, concluyendo su estudio con una tesis que abordaba, desde una perspectiva sistémica, el abordaje terapéutico de la familia y su contexto sociopolítico en el Chile de aquellos difíciles años.
Pero es la naturaleza de la trayectoria profesional de Elizabeth lo que el Premio Nacional ha reconocido y lo que nosotros esta tarde queremos destacar y celebrar.

Que el Premio Nacional se le haya otorgado a más de 27 años del término de la dictadura no creo que deba ser entendido como el tradicional atraso con que este país expresa sus reconocimientos sino como otra señal potente de que las heridas abiertas en esos oscuros años están todavía lejos de sanar.
En nuestra propia experiencia institucional y profesional eso ha sido evidente. Nos topamos con segundas y terceras generaciones de familiares de víctimas y también de victimarios en las que el trauma de la tortura sigue presente atravesando épocas y vidas y dando cuenta, en esta realidad específica, que el trauma sigue estando presente en nuestra sociedad. Frente a ello, el silencio y el olvido no constituyen una solución. Por el contrario, como bien sabemos en esta profesión, al trauma hay que ponerle palabras para que sea posible su elaboración.
Esto, que es válido para las personas, para las familias, es válido para la sociedad. Las apelaciones a no seguir mirando el pasado, a dar vuelta la página se vuelven un obstáculo para el tratamiento efectivo de las heridas aún abiertas y presentes en el país.

El modo en que nuestra sociedad encare su historia y su pasado es determinante en la permanente construcción de una sociedad mejor, de una sociedad más justa y acogedora.
Para nuestro Instituto, en el reconocimiento a Elizabeth hay otra lección fundamental. Si bien la violación sistemática e institucionalizada de los derechos humanos constituye una situación de traumatización extrema, la reflexión en torno a ello nos permite confirmar que los fenómenos del entorno sociopolítico en todas las épocas pueden tener efectos en la salud mental de las personas y de las familias por lo que, como ella ha mostrado a través de su gran y contundente contribución científica, académica y social, la consideración respecto de esos fenómenos no puede ser ajena a nuestra mirada terapéutica.
Así, no podemos ignorar que, aunque distintos en su expresión e intensidad, las vulneraciones a los derechos humanos sigue constituyendo un desafío para sociedades como la nuestra. La discriminación en sus diversas formas, de género, de origen, de posición social, de todo lo que es diferente, sigue abriendo espacios a la violencia y la exclusión, generando un contexto de vulneración de derechos con relevantes efectos en las personas y en nuestro quehacer respecto de ellas.

Nos gustaría pensar que en este Instituto promovemos entre quienes aquí se forman la idea de que la mirada terapéutica debe ser integral y que desarrollamos capacidades para trabajar con las personas atendiendo debidamente los efectos que el entorno social genera en ellas, de manera de explorar caminos más complejos y completos para recorrer con ellos.
En fin, como se hace evidente, tenemos muchas y muy buena razones para agradecer la presencia de Elizabeth hoy con nosotros, así es que termino sintetizando todas ellas en la idea de que su trayectoria nos muestra que el trabajo terapéutico tiene mucho que ver con el amor por las personas y, como el Premio Nacional lo simboliza, tiene que ver también con el amor por este hogar común que habitamos.
M.Cecilia Grez J.