Esos padres que viven a través de mí
“Esos padres que viven a través de mí” es el sobrecogedor y también conmovedor título del libro de la psicoanalista argentina Yolanda Gampel.
En el texto, resultado de tres décadas de trabajo clínico con pacientes que fueron niños durante el Holocausto, y también con sus hijos y nietos, la autora reflexiona de modo ágil y amable sobre una de las tareas que considera insoslayables de la psicoterapia: ofrecer las vías más adecuadas para que las vivencias traumáticas alcancen la representación, es decir, la simbolización a través de palabras e imágenes. De lo contrario, sostiene, las secuelas no dejan de multiplicarse y los traumas pueden desencadenar nuevas formas de crueldad individual y colectiva. Para que esto no suceda, es imprescindible que el dolor congelado en síntomas, en algunos casos insoportables, pueda ser reconocido y aceptado, a fin de que las heridas psíquicas encuentren reparación y los sujetos que las padecen puedan reingresar a la corriente de la vida.
Resulta muy gráfico e interesante el planteamiento que hace Gampel del concepto de radioactividad como metáfora para referirse a las consecuencias que tiene la violencia social en los individuos, pero también en sus descendientes, es decir, en las siguientes generaciones. Señala que los efectos de la violencia se manifiestan a largo plazo y a través del tiempo como “restos radiactivos” en la intersección entre el presente y el pasado; en sus palabras:
Los residuos radiactivos pueden transmitirse de la primera generación, la que vivió directamente la Shoah, a la segunda generación, que la vivió en forma fantasmática, y luego a la tercera. El concepto de transmisión radiactiva intenta dar forma a un fenómeno inconsciente, imprevisible.
Análogamente a como la radioactividad tiene efectos físicos inmediatos en las personas y un tiempo después, la violencia social tiene un impacto en la subjetividad al momento de los hechos, pero además puede tener efectos a largo plazo, especialmente debido a lo no dicho y no simbolizado por la generación que vivió directamente en el cuerpo la violencia. El dolor físico, que se transforma en dolor psíquico, no hablado y no simbolizado por ser demasiado doloroso, es lo que “oye” y recibe la generación siguiente. En palaras de Gampel:
Para los que sufrieron en persona los horrores de los campos de concentración, las escenas son reales, concretas, fueron vividas en el cuerpo. Las imágenes que conservaron, el trauma producido por los campos, tienen que ver con una experiencia física, con una percepción sensorial. Esas escenas traumáticas, transmitidas inconscientemente por los sobrevivientes, se inscriben en el imaginario de sus hijos de un modo lacerante y perturbador. El trauma vivido en forma directa por los padres se transforma en una realidad traumática fantasmatizada por la siguiente generación.
La autora enfatiza que en los contextos en los que las funciones de la familia giran fundamentalmente en torno a la sobrevivencia, los niños tienen poca centralidad habiendo escaso lugar para que sus necesidades sean escuchadas, convirtiéndose más bien en expertos en el cuidado de sus padres y desarrollando un fuerte sentimiento de omnipotencia. En este sentimiento de omnipotencia hay una desconexión con la propia vulnerabilidad. Y es aquí, en este giro de desconexión donde se puede traspasar el “hacerse cargo” a la segunda o tercera generación. Así, los niños -“al hacerse cargo”- le dan voz a las necesidades de sus padres, que previamente fueron silenciadas para el cuidado de sus abuelos.
Gampel apunta que en los sobrevivientes, el nacimiento de un hijo es una afirmación de la vida y una prueba de que la vida no se ha agotado y que el poder del horror no es todopoderoso. Cada hijo de un sobreviviente de la violencia se convierte en un bebé-milagro que alivia el dolor y la pérdida, pero una madre atravesada por un duelo en suspenso, habitada por muertos-vivos, no puede ni recibir ni transformar la angustia de muerte del niño a causa de su propia vivencia traumática, y no puede proteger a sus hijos de sus propias angustias existenciales, por lo que éstas quedan despojadas de todo significado siendo interiorizada por el niño como un “terror sin nombre”. En palabras de Gampel:
Cuando los padres son incapaces de cumplir esa función reflexiva y transformadora, el niño no puede reunir ni ordenar los datos perceptivos y cognitivos para enfrentar el mundo. Entonces su conciencia rudimentaria lo lleva a tomar sobre sí la tarea que sus padres no pueden asumir, se ve impulsado a hacerse cargo del sufrimiento de sus padres, viviéndolo en forma fantasmática. En efecto, frente al vacío psíquico y la ausencia de palabras significativas sobre el sufrimiento, crea por sí mismo contenidos parcelados, fragmentarios, y se los apropia. De este modo, se introduce en la constelación traumática de los padres.
Es decir, los padres, al no poder hablar de su infancia por el dolor que les causa, no se encuentran del todo presentes psíquicamente, y “sus hijos, con mucha creatividad mezclada con mucha angustia y mucho sufrimiento, van entonces en busca del tiempo perdido de sus padres para traerlos aquí y ahora, vivos, completamente presentes.”
El libro organiza las reflexiones-y-viñetas clínicas en torno a diez capítulos de decidores títulos: (1) Las “ausencias” de Michal y lo no-dicho de su padre; (2) Éramos niños durante la Shoah; (3) Hemos sobrevivido a la Shoah; (4) “Se lo contarás a tus hijos” (Éxodo 13,8); (5) “Abuelo, abuela, quiero conocer su historia”; (6) “Papá, ¿me escuchas?”; (7) El nombre del héroe; (8) “Abuelo, abuela, estamos con ustedes, aunque papá no quiera saber nada”; (9) Las heridas de la Shoah y los sobresaltos de la historia; y (10) La sombra de los objetos perdidos cae sobre el “nosotros”.
Dado que los efectos de la violencia social no terminan con el fin del contexto en el que se originan, sino que mantienen su vigencia en el tiempo y se transmiten a las generaciones siguientes impactando en los procesos de diferenciación y formación de identidad de las nuevas generaciones, y debido a que en nuestro trabajo como terapeutas familiares la transmisión transgeneracional está siempre presente, es que quisimos compartir la lectura de este libro y dejarlos invitados a pasar.
Para finalizar, tomo prestada la frase del programa que conduce Héctor Soto en Radio Beethoven: “las letras están en el aire…, y no se las lleva el viento”.
Ps. Pamela Cáceres M.
Equipo Especializado en Familias y Parejas 2, IChTF
Título: Esos padres que viven a través de mí. La violencia de Estado y sus secuelas
Autor: Yolanda Gampel
Año: 2006
Páginas: 176
Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina
Nacida en argentina, Yolanda Gampel es psicoanalista y profesora en Israel. Sus principales áreas de trabajo e investigación han sido el psicoanálisis de niños psicóticos y autistas, el lugar de la violencia social en la psique y la problemática de la transmisión transgeneracional, en especial sobre el Holocausto. Ha estado a la vanguardia de la integración de la teoría y la práctica, haciendo hincapié en la centralidad de la comprensión del trauma en todas las culturas y países. A través de su historia personal y de su trabajo profesional, ha sido capaz de establecer conexiones significativas entre las diversas tradiciones culturales, lingüísticas y geográficas. Es reconocida por su participación profundamente significativa -como ser humano y psicoanalista- en las reflexiones sobre y con las víctimas de la guerra, el terror, y el Holocausto. Desde el estallido de la primera Intifada participa en un proyecto que hizo posible el acercamiento entre profesionales de la salud mental israelíes y palestinos.