Este relato no solo no da cuenta de un dolor psíquico intenso. También nos habla de las implicancias en las relaciones familiares y de cómo un diagnóstico mental puede organizar, aliviar y al mismo tiempo puede entrampar a las personas.
Hace 60 años los precursores de la terapia familiar comenzaron a observar y reflexionar en torno a personas y familias en que a uno de los miembros se le había diagnosticado un trastorno psiquiátrico grave. En parte, por allí se construyen los conceptos de doble vínculo y madre esquizofrenógena que aunque no tiene la misma validez etiológica inicial, dieron el fuerte puntapié a la terapia familiar en Estado Unidos. También con enfermedades psiquiátricas lo hicieron Wynne, Bowen, Stierling, Selvini Palazzoli, Leff y tantos otros importantes en el desarrollo de teorías y prácticas de la terapia familiar.
Aquello que llamamos “enfermedad psiquiátrica” afecta también a otros miembros de la familia en múltiples dimensiones intensidades y tiempos. Puede ser muy devastador pues interrumpe la continuidad biográfica de la persona afectada y genera mucha incertidumbre, especialmente aquellas en que la conducta es disruptiva o incomprensible. Por esta última razón, a veces el diagnóstico realizado por un médico, puede resultar aparentemente aliviador pues disminuye esa incertidumbre. Puede tener algunas ventajas porque puede liberar de responsabilidades por las conductas que dañan a otros. Puede tener desventajas porque se mantiene en control y restringe la libertad y autonomía de la persona.
Siguiendo los modelos para una enfermedad crónica en la familia, hay consenso acerca de la función que cumple la familia en cuanto a la mejor adaptación a la enfermedad. La familia puede llegar a ser mantenedora de síntomas o por otro lado ser excesivamente protectora alterando más de lo necesario el desarrollo del proceso de individuación de sus distintos miembros.
¿Qué es lo que sugerimos tomar en cuenta a la hora de atender a estas familias?
Considerar que es común un extenso tratamiento previo a la derivación: Algunas veces las familias tienen un largo trayecto de tratamientos e intervenciones terapéuticas del más diverso tipo. Esto se traduce en un agotamiento y desesperanza. Otras veces puede traducirse en agresión debido a las repetidas experiencias de fracaso anteriores. Algunas veces la agresión puede tocar a los terapeutas, ya sea por tener expectativas demasiado altas para ese proceso terapéutico, o porque en la terapia se demanda un cambio que la familia no puede realizar.
Considerar que frecuentemente se dan interacciones negativas o criticas: El criticismo, la hostilidad y el sobreinvolucramiento , forman parte del constructo EE (Expresed Emotion) del Británico Jullian Leff. Esta variable ha mostrado ser de la mayor importancia en la evolución de la enfermedad mental. Ha de tenerse en cuenta en el lenguaje y las formas de decir las intervenciones, pues los miembros de la familia suelen ser muy sensibles a percibir crítica y hostilidad. También sugerimos buscar formas, en el dialogo familiar, para que sea posible expresar distintas emociones en la familia, reduciendo lo más posible la crítica o la hostilidad.
Considerar “darle un lugar a la enfermedad y colocar la enfermedad en su lugar”. Esta frase muy común y muy valiosa, resume bastante los puntos anteriores. Es necesario que la familia no quede organizada por la enfermedad sino que deberá buscar un equilibrio entre los requerimientos de la enfermedad y los requerimientos de los distintos miembros de la familia. Nuestra mejor tarea de terapeutas será participar con la familia en identificar mejor estos dos aspectos: Por un lado reconocer en donde puedo influir por lo tanto ser más efectivo v/s reconocer aquéllo que no se puede cambiar y aceptarlo.
1 Comentario
Evelyn Betancourt Junio 09, 2014
Muy buena tus reflexiones
Creo que es indispensable trabajar en equipo para poder enfrentar todos los desafíos que nos presentan estas situaciones de intervención.
Cuenten con el apoyo de nuestro departamento clínico ante cualquier necesidad